La Mujer del Blues (Tercera Parte)

 

A veces cuando más se intenta más nos alejamos de la meta, y cuando estamos ansiosos por algo, ese algo se separa de nosotros como dando a entender que la paciencia debe ser cultivada.

El amor, es así.

Aquella tarde el viento entraba por la ventana con cara de invierno, estaba bañado de lluvia con  pequeñas espinas de agua, los días habían pasado rápido desde aquella noche en el bar, como una sucesión de claroscuros.

En aquel momento apretó las cuerdas de la guitarra con los dedos hinchados y adoloridos, mientras una nota discordante despegaba de la nada, corcheas invisibles tronaron en sus  los oídos y él arrugó el rostro con el dolor que surgió al mismo tiempo.

El maestro de guitarra seguía diciendo que al final, los dedos se acostumbran, les salen cayos y se endurecen, después ya no duele. La música ya no duele, la vida ya no duele.

– Los músicos pasan por eso siempre que aprenden a tocar algún instrumento. – decía. – pero sus dedos dolían como una tortura de espinas entrando por debajo de las uñas.  Más no dejó de tocar los pocos acordes que conocía, recordó a Alejandra mientras bailaban en el bar, recordó su perfume, aquellos eran sus últimos  días de muchacho y ahora el mundo se movía en una dirección distinta, y en el horizonte, un cielo gris profundo se deslumbraba de fondo, el futuro se avecinaba.

El partía a otra ciudad, como quien zarpa de un puerto después de pasar la noche y a la mañana siguiente avanzaría a un lugar distinto donde el futuro le esperaba con los brazos abiertos. Donde los puertos del destino le esperarían con las amarras en sus muelles y la esperanza llenarían sus velas con fuerzas desconocidas de inspiración y aventura.

Pero allí, con una guitarra insonora apoyada en sus piernas y con sus dedos doloridos, él se dio cuenta de lo que querían decir los poetas con aquella frase “el mejor día vida”, aquellos habían sido los mejores días de su vida, donde la libertad de la juventud lo llevó a manos de una mujer que incendió sus sentidos cual fuego incontrolable.

Aquella tarde cuando se levanto a cenar, comió Corn Flakes  en leche fría, miraba por la ventana, imaginando los ojos brillantes de ella, pero la corriente del viento, era húmeda y fría, totalmente contraria a la mujer del Blues. Tan abrumadora y cálida, debajo, la gente caminaba como si el mundo siguiera girando, como si a nadie le importara lo que sufrían o vivían los demás, como si cada uno fuera un apartado de pensamientos y emociones que no perturbaban en nada a sus semejantes. En ese momento sonó el timbre, como un estruendo ensordecedor en el silencio del apartamento.

Miró por el ojo de la puerta, la figura delgada y sonrojada de Lina, mi mejor amiga apareció de repente.

– Abre de una vez, que me hago. Hernán… sé que me estas viendo. – Lina siempre tenia aquel espíritu extraño y divertido, era de aquellos seres a los que  el mundo le parece un parque de diversiones. Al fin el abrió la puerta y ella le lanzo el paraguas húmedo en la cara y siguió casi corriendo al baño, desde dentro metida en el pequeño cuarto de baño comenzó a hablar. – ¿Cuando te vas? Tenemos que hacerte una despedida.

– ¿No sabias? Me voy mañana temprano.

– Déjame terminar de hacer y salimos a despedirte. – a él siempre le parecían extraños los comentarios de ella, como si hablara con un viejo amigo de escuela. – Hoy va a estar todo el mundo en el bar, así armamos una fiesta. – la voz de ella salía amortiguada por la puerta del baño. – Y mañana te vas a ir todo rascado, a tu mama no lo va a gustar mucho que llegues bebido, pero me hechas la culpa a mi, no importa. – Sonó la cadena del baño. – le dices que te obligue a tomar tequila y … No encuentro el papel higiénico.

– En la gaveta de arriba.

– No esta. – dijo ella con un tono impaciente.

– Entonces en la gaveta sobre el lavamanos.- Hubo un momento de silencio.

– ¿Sabes que molesto es caminar con el culo sucio? Si, ya se que solo son dos pasos, pero una se siente violada. – El no pudo evitar reírse de ella. – No te rías, es que esta vez hice esponjocito. – Volvió a reírse con ganas.

– Por Dios mujer, sal de allí… y lávate bien. – Ella siempre le hacia reír, con sus invenciones extrañas.

– !Ya quede! – dijo ella saliendo del baño casi en un brinco.

– Esponjocito, ¿no?

– Nadie lo dice, pero es incomodo. – dijo torciendo el rostro con una pena fingida. – ¿Nos vamos?

– No tengo ganas de salir.

– Vamos al bar, no seas aburrido a demás pasé por aquí no porque quería, sino porque me estaba haciendo – Dijo ella con aquella mueca de “no me importas ni un poco” pero al final saco la lengua y me guiño un ojo. – A ver si te encuentras con la mujercita esa, ya llevas cinco noches buscándola por todos lados, a ver si esta noche tienes suerte… dígame si te casas y me das sobrinos.

– ah ya cállate.

– Bueno si quieres que me callé vístete y nos vamos, y prometo quedarme calladita. – se agarro las manos detrás de la espalda y se balanceaba entre la punta de los pies y los talones, se mordía el labio inferior con una sonrisa escondida que esperaba repuesta.

– Ya me voy a vestir, pero ni una palabra más – Lina era una mujer hermosa de larga cabellera castaña almendra, que caía en rulos pequeños hasta sus hombros, su cara era algo redondeada pero con las mejillas rojas y siempre presta a la risa. Según ella se había operado los senos, pero no se le notaban muy grandes, solo bien redondeados y pecosos, cosa que armonizaba perfecto con sus caderas pronunciadas. Lina siempre había sido un misterio para todos los de mi clase y mis conocidos, siempre decían que éramos novios, pero desde mi primer año de universidad siquiera se me paso por mente, solo con hablar le había quitado el encanto, a demás Lina solo era ella misma cuando estaba conmigo y eso termino dándole un ambiente de dos viejos amigos conversando de cualquier cosa, sin caer en ningún tema sexual, pero cuando eso pasaba, ella terminaba siempre contando sus intimidades como quien cuenta cuando se cayo por primera vez en la escuela, como si lo  más intimo fuera algo natural y simple, que le pasaba a todo el mundo.

Cuando estuvo vestido, se dio cuenta que se había puesto el mejor par de jeens que tenía, una planchada camisa de lino blanca con detalles en negro y una americana negra con parches que estaban tan a la moda, no tuvo más que verse en el espejo para escuchar el estruendoso silbido de estadio que le propino Lina desde la sala. La mujer silbaba con los dedos apretados con los labios y luego aquella carcajada que tan natural y sentida.

Aquella tarde caminaron los dos por las calles húmedas de la ciudad, las luces se reflejaban en el pavimento como en aquellas películas viejas de misterio, el rugido de la música  del bar se escuchaba desde la esquina y un montón de carros estaban aparcados afuera como esperando su llegada, cuando abrieron la puerta el clima cálido del bar se hizo presente y de pronto como salido del fondo del bar.

– ¡SORPRESA! – gritaron todos, estaban todos en el bar, un gran grupo arrumados en una mesa, el sonido del Jazz Latino que se metía de polizón entre la venas y la algarabía seguía subiendo de tono, abrazos y besos de los amigos de la escuela de ingeniería, los compañeros de la clase de guitarra y todos los conocidos del Gimnasio, además estaba Jonny sentado en una silla, con las mejillas sonrojadas y una mujer madura a su lado.

– Te presento a mi esposa. – dijo al darle la mano. Lo acerco para hablarle al oído. – A veces la mujer del Blues nos encuentra sin buscarlas.

– Un placer. – dijo él  y la mujer le sonrió con alegría.

– Parece que te van a extrañar. – Dijo la esposa de Jonny con picardía. – Espero que te valla de maravilla.

Aquella fue una fiesta magnifica, entre amigos y bailes, entre cantos y bebidas, fotos por todos lados y alguna que otra lagrima caída, Lina lloro mucho aquella noche, justo hasta la llegada de mi amigo Matías, que entre besos y abrazos se olvidaron de mi fiesta y partieron hasta otro día. Un abrazo querendón de la mesonera le agarró por sorpresa.

– Has revivido el Blues, con solo estar aquí unos días, no te olvides de nosotros, pasa por aquí algún día. – Dijo la mujer oronda, con cara de complacida.

Una mujer lo besó en los labios y le dio su bendición, según como a la antigua se hacía, era una mujer vieja  de cara arrugada y torcida, nunca la había visto ni  tampoco la conocía, pero al final de la noche, se despidió con un “Dios te bendiga”.

A la mañana siguiente sin poder dormir ni un poco, despidió su juventud con una fiesta inolvidable, el avión despegó temprano y detrás, un rostro perfilado y hermoso estaba quedando en su pasado, Alejandra esta aun marcada en sus recuerdos, y en un momento de rabia se obligo a no volver a pensarla, como por arte de magia, durmió tranquilo todo el viaje, sin un sueño ni una imagen.

– … Gracias por volar con nosotros. – Le despertó de pronto el saludo de la azafata del avión. – usted ultimo en bajar, parece que no se ha dado cuenta que aterrizamos hace unos minutos. – La azafata lo miraba como quien recuerda un chiste de pronto, debía verse destrozado.

– Muchas gracias, ya me paro. 

Cuando bajo del avión y tomo su maleta, caminó arrastrando los pasos y se miro en el espejo de la puerta de cristal de la salida, tenia unas ojeras enormes, la camisa arrugada y la americana torcida, tomó un respiro hondo, sin duda su mamá lo mataría.

Avanzó lentamente y cruzó la puerta de salida, como quien espera que de pronto alguien le quite la maleta de encima, afuera estaba abarrotado de gente, de autos y carteles, con nombres desconocidos, solo uno llamó su atención, pero lo desecho enseguida, decía “Alejandra” en letras grandes y huyo al cartel de cartón como un insecto le huye al insecticida.

No dio muchos pasos y se reprendió de nuevo estaba pensando en ella otra vez, como quien piensa en un amuleto perdido, solo dio unos pasos más  y se apartó de la salida, sabía que cuando llegara su hermano a buscarlo, lo haría como siempre unos cuantos minutos tardanza, así pasaron los minutos, uno por uno y el cabeceaba aun con el sueño retardado, por un momento cayo dormido y se levanto estando a punto de caer de bruces.

Miro a los lados, ya casi nadie quedaba, solo al otro lado de la puerta de la salida, una mujer hermosa que él había visto en un bar unas siete noches atrás, esperaba sentada sobre una maleta azul con un aburrimiento palpable, su delgada figura se apoyaba increíblemente bella con un codo en la rodilla, con unos jeens desteñidos  y una blusa de tirillas verde lila, su melena no era lisa como la había visto antes, pero nada de eso importaba, sus ojos brillantes miraban el horizonte como perdida, el camino hasta ella con la boca entreabierta y cara sorprendida, ella lo miro de pronto y se puso en pie enseguida, tan recta como un poste tan bella como nunca la encontraría.

– Yo… – empezó él mirándola desde arriba, sin tacones altos de aguja, le llegaba a la barbilla.

– No, yo… – pero la mujer del Blues no termino de hablar sin que se abrazaran de pronto, hay algunos sentimientos que no se sienten enseguida, como un sueño que aparece justo al doblar la esquina, el olor de su perfume entro de pronto a sus pulmones y se llenaron de ella. – ¿Me perdonas?  yo te deje solo ese día.

– No hay que perdonar nada, perdóname tu a mi  por no encontrarte antes, te he soñado mil veces, te he besado otras mil, pero mis sueños acabaron como se acaban los días, hoy me regañe dos veces por pensar en ti y ahora te tengo de nuevo, con tus ojos y tus sonrisas. -  Ambos lloraron y entre lagrimas alegres se abrazaron de nuevo con una fuerza escondida, como si siete días inciertos fueran más tiempo que mil noches con sus días. –  Cuanto te amo, mi preciosa mujer perdida.

Alejandra se hinco sobre las puntas de sus pies y busco sus labios, como si siempre hubieran estado esperándolos, como un par que se encuentra de nuevo y recobran el camino, pero aquel simple contacto de dos pares de labios despertaron en él un amor desconocido, un frenesí poderoso, que los envolvió de improvisto.

Allí estaba su aroma, allí su piel cálida y tersa, allí sus respiraciones armónicas y sus miradas coquetas. Allí estaba de nuevo La mujer del Blues de aquel día, la del solo de guitarra, la de las miradas perdidas, la de las lagrimas largas, la de la melancolía, que extrañas vueltas da Cupido, cuando con su arco atina, preciosas son las notas que resuenan en la lejanía, con dos corazones que aman y se encuentran en compañía.

A veces la vida juega duro y  aprieta lo suficiente, para que las vueltas que vienen queden en los recuerdos, como los que serán “los mejores días”.

– No te marches de nuevo.

– No lo volveré a hacer, te lo prometo mi vida.

 

FIN

La Mujer del Blues, Segunda Parte. (La historia de Jonny El Manco.)


El café tenia aquel sabor fuerte y grumoso, era el peor café que había tomado en su vida, pero no le importó, todo tenia aquel tono apagado que le daban sus lentes oscuros a cada luz de su vida.

Aunque el blues se había marchado, su sonrisa y sus ojos estaban marcados a fuego en sus recuerdos. Su sonrisa de medio lado, sus miradas coquetas, su nariz perfilada y todo acompañado con aquel olor dulzón de algún perfume que nunca olvidaría.

En ese momento recordó su mano sobre su hombro mientras bailaban, el café estaba hiriendo y casi se lo echa encima. Tenía que dejar de pensar en ella, era un fantasma en sus pasos, y cada cosa que veía cada persona que pasaba a su lado tenía algo de ella, los ojos, el cabello, y quizá su escancia.

Una amiga le miro vagando, como un vagabundo bien vestido, como alguien que ha perdido su rumbo en este mundo sin caminos. El la saludo con café en mano y se sentó en el murillo, la plaza estaba desierta como ahora estaba su vida, el viento soplaba y le traspasaba sin él darse cuenta, algunas mujeres eran así, se metían en la vida de uno, sin siquiera pedir permiso.

– ¿Vas hoy al bar de la esquina? – pregunto aquel viejo manco, apoyado en un bastón que no daba para más, Jonny estaba allí, con aquella media sonrisa, a la que le faltaban un par de dientes.

– No creo.

– ¿Porque No? – el viejo se sentó también en el murillo. – dicen que Bruno te pego un tiro afuera del bar, dicen que ella murió ahorcada por ti, dicen mucho y mañana dirán más.

– ¿Y qué importa? – dijo tomando otro sorbo de café.

– Bueno no importa tanto. – Jonny miro el cielo con una cara anhelante con la boca entre abierta, le brillaban los ojos y él le siguió la mirada, el cielo estaba claro, no tenía ni una nube y debía haber sido de azul profundo, pero él lo veía con aquel tono extraño que le daban sus lentes oscuros, se los quito en un momento y se olvido del moretón que le manchaba el rostro, olvido el ojo hinchado y volvió a mirar el cielo. – Que no te importe está bien. – dijo Jonny sin apartar la vista del azul celeste. – Lo que digan los demás, no es problema tuyo, pero chico yo te digo, cuando seas viejo y manco… te arrepentirás.

No pudo evitar apartar la vista del cielo y miro fijo al hombre que estaba sentado a su lado, una extraña ráfaga de viento fresco le pego en el rostro de pronto.

– Una vez hace tiempo, una mujer me arranco del suelo como a ti te paso esa noche. – Jonny estaba hipnotizado con aquel cielo impecable. – Me arrastro hasta los cielos y me lanzo a los infiernos, me dejo herido y tumbado, rogándole a Dios que mi muerte estuviera a la vuelta de la esquina pero, en aquellos días yo también era un muchacho, de esos tontos y pendejos que no reconocen el amor, cuando se le presenta de pronto, casi tan pendejo como tú.

Al principio quiso burlarse de Jonny al verlo así de melancólico, pero sus ojos reflejaban recuerdos viejos que estaban a flor de piel, escucho atento a lo que aquel hombre tan adicto al blues como el mismo tenía que decir. Jonny el manco, continúo hablando.

– La conocí en la calle una mañana de Octubre, una mañana de esas que pasan volando sin que uno se dé cuenta, yo vendía libros en una librería del centro, era temprano aquella mañana y yo limpiaba la vidriera. Nunca olvidare aquella mujer esperando a que abriéramos, nunca pensé que me cambiaria la vida. – el hombre suspiro. – uno nunca se espera eso, pero a veces, cuando una mujer llega así de pronto, uno simplemente queda pegado a ellas como una barajita autoadhesiva. Ese día, empezaba su trabajo como cajera en la librería, esperaba al gerente. Aprendía rápido, era muy inteligente y en un dos por tres, ya usaba la caja registradora como si hubiera nacido con ella. Unos días después, en su primer día de pago, Nos invito a tomarnos un trago, a todos en la librería. Fuimos al bar “No, Black and White” o NBW. – yo no lo conocía. – fuimos todos ese día, ella estaba radiante como siempre, como una sirena recién salida del agua, era de esas mujeres que inspiran mucho más que un suspiro, de esas como la tuya, que se marcan a fuego en la piel, sin siquiera haberlas tocado.

Hernán, termino el café con aquella mirada de entendimiento, era verdad, estaba sellada en mi mente, troquelada como un busto en una moneda. Pero Jonny continúo.

– Cuando entramos, sonaba aquella música melodiosa que no sonaba en la radio, era Jazz sin duda, pero se podía bailar y bailamos, toda la noche bailamos y reímos, jugamos y tomamos hasta bien entrada la noche, recuerdo que de pronto cambio el tono de la banda, por un tono más romántico. Fue allí cuando la bese. No sé qué sentiste tú, pero para mí el mundo mismo se detuvo a apreciar ese beso, como si las estrellas de la noche dejaran de titilar, solo para sentir sus labios suaves en ese momento. – Hernán Sonrió. – si, no suelo contar esto pero, yo sé como te sentiste. Nos fuimos mucho tiempo después y no pienso contar que ocurrió después, pero basta con decir, que fuimos uno aquella noche.

– Tu historia no se parece a la mía.

– Calla y escucha quieres.

– Bien.

– Bien. – Jonny estaba medio exasperado y le lanzo aquella mirada desdeñosa que lanzaba cuando no aguataba a los oyentes de sus cuentos. – Fue al día siguiente cuando no la volví a ver, no fue a la Librería a trabajar, la busque en su casa ya en la tarde, no la vi por ningún lado, me asusto. Y sentí como si el mundo mismo se acababa para mí, esa noche, fui al bar, pensé que quizá la vería allí. – Jonny trago fuerte, y él sintió un nudo en la garganta.

Entonces siguió hablando.

– Cuando entre, no sonaba la guitarra, ni una sola nota de aquel saxo apasionado de la noche anterior, sonaba una armónica, un pequeño niño en la tarima, tocaba casi ido y todos en el bar le veían en silencio, era como un faro que atrae a las polillas. – Un genio. – decían, yo no sabía nada de Blues, cuando entre al bar, aquel pequeño interpreto con sonidos todos mis pesares. Más hable con todos los que pude, casi todos me rehuían, estaban absortos en el niño y yo también lo escuche durante un instante, escuche su música como quien escucha el palpitar de su propio corazón, escuchaba como se caía pedazos, entre las notas alargadas de la armónica. Una chica, me tomo por el brazo y sin mediar palabra, me entrego una nota. Era de ella.

Jonny estaba llorando.

– Decía. – “Me voy a casar mañana, solo fue una noche, pero, quizá quisieras venir a mi boda.” – hasta tenia apuntada la dirección. En aquel momento, me moleste tanto, tanto con ella, que casi rompo la nota, partí de aquel bar, con una furia salvaje y solo tenía un pequeño trozo de papel arrugado en la mano y un par de veces quise romperla, pero no lo hice. – Se iba a casar.

– ¿Qué hiciste?

– Lloré pues, como un idiota lloré, y tomé todo el licor que quedaba en casa… desperté al otro día, casi al medio día con un papel arrugado entre las manos, un tesoro que no había podido dejar ir. Y lo leí, por última vez. Fue allí cuando lo entendí, ella quería que fuera a su boda, ella quería que fuera y la detuviera. Me bañe y vestí tan rápido como pude. Y baje aquellas escaleras de dos en dos.

Cuando Jonny salió a la calle un viento endulzado con algo de esperanza le atravesó el alma y su carrera era contra un tiempo inexistente, corrió tanto que sus pulmones ardían y sus piernas quemaban, al cruzar la esquina una iglesia imponente se elevaba frente a él, blanca e imponente.

Tomó un aliento más, como quien da el ultimo respiro y pidió a dios que aun hubiera tiempo, cruzo la calle como un vendaval y cuando cruzaba un golpe electrizante arraso su cuerpo como si todo el tiempo, todo el esfuerzo, todo… quedara detrás.

Jonny despertó un par de días después, vendado desde el vientre para arriba y con las dos piernas enyesadas, un auto le había pasado por encima. Ella nunca se entero y Jonny, nunca la volvió a ver.

– A veces la vida juega duro.- Dijo Jonny después de un largo silencio. – Cojeó del lado izquierdo desde entonces. Aprendí a tocar la armónica, iba al bar con la esperanza que algún día me escuchara tocar, nunca llegó y yo deje de tocar.

Parecía que toda la plaza estaba haciendo silencio, el viento estaba detenido y algunas nubes habían aparecido de la nada, como dando a entender que el mismo mundo sentía ese pesar, ese nudo en la garganta que sentían los dos en ese momento. Jonny se seco las lágrimas con la manga de la camisa.

– Me arrepiento de no haberla a esperado en la puerta de la iglesia, me arrepiento de haber desperdiciado tanto tiempo, llorando y lamentando mi suerte. – y levantando la cara. – pero, no me arrepiento de haberla besado, no me arrepiento de por una noche, haber sido causante de sus sonrisas, no me arrepiento de haber vivido esos momentos, incluso, no me arrepiento de haberla encontrado en aquella librería. La Amé, más que a nada en el mundo. Y nunca me he quejado de estar manco.

Jonny se puso de pie trabajosamente sin usar el bastón que pendía de su mano izquierda.

– Pero, tú te arrepentirás de no salir corriendo a buscar a tu mujer del Blues.

Hernán, miró como aquel viejo hombre caminaba con aquel paso tumbado y lento, observo como de pronto aquella mujer estaba cada vez más lejos que antes, y espero que Alejandra no se fuera a casar también aquel día. Porque él estaría en el bar, esperando la llegada de su mujer del Blues. Y no la dejaría escapar.

Continuara…

La Mujer del Blues

El último hilo de humo se desprendía de su cigarrillo, lo apago en el cenicero con un ademan aburrido, miraba el fondo de un vaso de whiskey, lo balanceaba con una actitud despreocupada, de fondo, el desgarrador sonido de una guitarra juguetona, interpretaba un blues suave y melancólico.

Era una mujer hermosa sin duda, de larga cabellera negra y delicado rostro. – ¿Quién se podía imaginar, esas cosas que decían de ella? – No creo que nadie le pasara por la cabeza, pero de igual forma como había comenzado la noche, entre notas de un piano que acompañaba a la guitarra, ella había comenzado a tomar otro trago seco de whiskey de la mejor cosecha.

Jonny el Manco seguía contando aquella historia, como si fuera una vieja leyenda urbana, de esas que pasan de en boca en boca, como el mejor chisme del pueblo, cuando escuchaba esas cosas yo torcía el rostro y mostraba una de esas sonrisas sesgadas, que dejan sin palabras al locutor, en mi cabeza, el rostro de aquella mujer debió ser una de esas esculturas mágicas, de esas que devoran a los hombres con la mirada y los hechizan con una sonrisa, más la mujer que meneaba el whiskey, parecía alejada de todos los que estábamos en el bar, como si el guitarrista estuviera tocando solo para ella, y los demás, solo estuviéramos allí para que aquellas notas acompasadas y sentidas, le llegaran en el volumen correcto.

Además Jonny el manco, siempre terminaba su historia con aquella frase tan peculiar, – Yo la he visto, y es una buena chica. – sus labios se curvaron un poco y la mujer levanto el rostro nada más para ver su sonrisa. Y sin saber que decir, sin permitirse pensar, camino hacia ella. – El solo de guitarra que comenzaba, lo acompaño en cada uno de sus pasos. – No pudo decir nada, solo sonrió. Y ella le devolvió una sonrisa divertida y volvió su mirada al fondo del vaso, solo un instante, era coqueta hasta el último cabello, como si lo hubiera estudiado en la escuela.

Como parado en el filo de un cuchillo, uno afilado, él estaba allí, frente a esa mujer.

– Entonces… – empezó ella y sin dejarla terminar.
– Soy Hernán. Un placer. – Ella sonrió de nuevo.
– Alejandra dijo con sus dientes perfectos y unos labios pintados de un tono rojizo que dejaban por sentado caerías a sus pies con solos verlos, y podrías morir si llegabas a besarlos.
– ¿Bailas?
– ¿Esto? – Aun no terminaba el solo de guitarra. Ella se volvió a la banda como si nunca la hubara visto y le devolvió la mirada.
– Si. – Ella sonrió otra vez y él simplemente le ofreció la mano.

Bailaron lento, como dos enamorados, como bailarines que son admirados en medio del salón, los miraban envidiosos, como pilares de piedra que están allí solo para ocupar el espacio, el solo de guitarra se extendió solo un poco más, lo suficiente para sentir el olor dulzón de su cabello y dejar marcado para siempre el sonido de la guitarra retumbando en sus oídos.

El piano también ayudo un poco, en una de las lentas vueltas vio al pianista, un hombre de color, mostrándole una gruesa sonrisa con sus dientes grandes y blancos, mientras batía lentamente la cabeza de un lado para el otro.

Él se sentía en el cielo, como aquel que ya ha alcanzado la gloria, pero era solo la puerta, su cara contra la de ella, sus respiraciones acompasadas y ambas sonrisas despegaron una detrás de la otra, como algo que siempre había estado allí, escondido, como reconociendo que simplemente estaban a un paso de la frontera.

Con un redoble de la batería termino aquel Blues, y un extraño aplauso lento y pausado salió de los presentes. A veces el mundo era malvado, te mostraba la miel pero no dejaba que la tomaras y cuando la tomabas, casi siempre era insuficiente, ella termino de tomar el trago el whiskey aguado que quedaba en el vaso, estaba sudando, brillando bajo la luz mortecina del bar, afuera eran las doce de la noche pero adentro, todo parecía detenido.

– Nos vamos. – dijo ella de pronto, sonrió con una sonrisa escondida, de esas que quitan el aliento. Y muchas cosas pasaron por su mente entonces, pero su mente las lanzo a todas de un lado, La historia de Jonny el Manco, los consejos de sus amigos, y las miradas acusadoras de los presentes. Al diablo con todo, dijo su mente y su corazón le siguió el paso.

– Nos vamos. – repitió él imponente, más no quiso que su voz saliera como la de un desesperado.

El camino era corto, el silencio de la noche solo era roto por sus pasos. La mujer del Blues a su lado, caminaba como un gato, un felino de caminar pausado, la falda negra con ligeros flecos se meneaba hacia los lados. No pudo aguantar más, mientras en su cabeza seguía sonando aquel solo de guitarra con un piano distraído de fondo.

La tomo por la cintura, la mujer lo miro a grandes ojos, él la beso, fue un beso candente, como la nota que se alarga al final de un acorde, sus labios lo eran todo, se despegaron solo un instante minúsculo, una eternidad, pero ella lo tomó del cabello y sus labios volvieron a juntarse, no sabría decir cuánto tiempo se besaron en aquella callejuela del bar, no llevaba la cuenta y un suspiro surgió de la nada. – hasta ahora no sabría decir si fue suyo. – sus ojos brillantes se reflejaron en los de ella. Sus pasos fueron más lentos y sus sonrisas volvieron a pasar por sus labios como un acompañante celoso que no quiere dejar que su pareja se marche.

A veces los sueños acaban de pronto, y como sacado de una nube, el grito grueso de un hombre lo tomó por sorpresa, volteo y un golpe relampagueante se le estrello contra su rostro, cayo contra la pared y quedo tendido en el suelo, quizá había perdido el conocimiento.

Solo vio que la mujer caminaba adelante y el hombretón suplicaba detrás con tristeza, los perdió cuando giraron a en la esquina. Y noto como el mundo volvía, volvía a moverse a su ritmo, al ritmo monótono de la vida.

Intento ponerse de pie, desistió y se quedo tendido en el suelo, al principio no supo porque, y después sonrió, como quien le sonríe a la noche, una noche sin estrellas. Lo extraño, lo más extraño, era que aquel Blues de los Dioses, seguía sonando en su cabeza.

Ojala hubiera sentido ira o rabia contra ella, pero no sentía nada, nada más que una extraña certeza, de que el Blues los había movido, con sus tonos de tristeza, como el tono de la guitarra que jugueteaba en su cabeza, la mujer del Blues habían llegado y partido tras bailar, solo una pieza.