A veces cuando más se intenta más nos alejamos de la meta, y cuando estamos ansiosos por algo, ese algo se separa de nosotros como dando a entender que la paciencia debe ser cultivada.
El amor, es así.
Aquella tarde el viento entraba por la ventana con cara de invierno, estaba bañado de lluvia con pequeñas espinas de agua, los días habían pasado rápido desde aquella noche en el bar, como una sucesión de claroscuros.
En aquel momento apretó las cuerdas de la guitarra con los dedos hinchados y adoloridos, mientras una nota discordante despegaba de la nada, corcheas invisibles tronaron en sus los oídos y él arrugó el rostro con el dolor que surgió al mismo tiempo.
El maestro de guitarra seguía diciendo que al final, los dedos se acostumbran, les salen cayos y se endurecen, después ya no duele. La música ya no duele, la vida ya no duele.
– Los músicos pasan por eso siempre que aprenden a tocar algún instrumento. – decía. – pero sus dedos dolían como una tortura de espinas entrando por debajo de las uñas. Más no dejó de tocar los pocos acordes que conocía, recordó a Alejandra mientras bailaban en el bar, recordó su perfume, aquellos eran sus últimos días de muchacho y ahora el mundo se movía en una dirección distinta, y en el horizonte, un cielo gris profundo se deslumbraba de fondo, el futuro se avecinaba.
El partía a otra ciudad, como quien zarpa de un puerto después de pasar la noche y a la mañana siguiente avanzaría a un lugar distinto donde el futuro le esperaba con los brazos abiertos. Donde los puertos del destino le esperarían con las amarras en sus muelles y la esperanza llenarían sus velas con fuerzas desconocidas de inspiración y aventura.
Pero allí, con una guitarra insonora apoyada en sus piernas y con sus dedos doloridos, él se dio cuenta de lo que querían decir los poetas con aquella frase “el mejor día vida”, aquellos habían sido los mejores días de su vida, donde la libertad de la juventud lo llevó a manos de una mujer que incendió sus sentidos cual fuego incontrolable.
Aquella tarde cuando se levanto a cenar, comió Corn Flakes en leche fría, miraba por la ventana, imaginando los ojos brillantes de ella, pero la corriente del viento, era húmeda y fría, totalmente contraria a la mujer del Blues. Tan abrumadora y cálida, debajo, la gente caminaba como si el mundo siguiera girando, como si a nadie le importara lo que sufrían o vivían los demás, como si cada uno fuera un apartado de pensamientos y emociones que no perturbaban en nada a sus semejantes. En ese momento sonó el timbre, como un estruendo ensordecedor en el silencio del apartamento.
Miró por el ojo de la puerta, la figura delgada y sonrojada de Lina, mi mejor amiga apareció de repente.
– Abre de una vez, que me hago. Hernán… sé que me estas viendo. – Lina siempre tenia aquel espíritu extraño y divertido, era de aquellos seres a los que el mundo le parece un parque de diversiones. Al fin el abrió la puerta y ella le lanzo el paraguas húmedo en la cara y siguió casi corriendo al baño, desde dentro metida en el pequeño cuarto de baño comenzó a hablar. – ¿Cuando te vas? Tenemos que hacerte una despedida.
– ¿No sabias? Me voy mañana temprano.
– Déjame terminar de hacer y salimos a despedirte. – a él siempre le parecían extraños los comentarios de ella, como si hablara con un viejo amigo de escuela. – Hoy va a estar todo el mundo en el bar, así armamos una fiesta. – la voz de ella salía amortiguada por la puerta del baño. – Y mañana te vas a ir todo rascado, a tu mama no lo va a gustar mucho que llegues bebido, pero me hechas la culpa a mi, no importa. – Sonó la cadena del baño. – le dices que te obligue a tomar tequila y … No encuentro el papel higiénico.
– En la gaveta de arriba.
– No esta. – dijo ella con un tono impaciente.
– Entonces en la gaveta sobre el lavamanos.- Hubo un momento de silencio.
– ¿Sabes que molesto es caminar con el culo sucio? Si, ya se que solo son dos pasos, pero una se siente violada. – El no pudo evitar reírse de ella. – No te rías, es que esta vez hice esponjocito. – Volvió a reírse con ganas.
– Por Dios mujer, sal de allí… y lávate bien. – Ella siempre le hacia reír, con sus invenciones extrañas.
– !Ya quede! – dijo ella saliendo del baño casi en un brinco.
– Esponjocito, ¿no?
– Nadie lo dice, pero es incomodo. – dijo torciendo el rostro con una pena fingida. – ¿Nos vamos?
– No tengo ganas de salir.
– Vamos al bar, no seas aburrido a demás pasé por aquí no porque quería, sino porque me estaba haciendo – Dijo ella con aquella mueca de “no me importas ni un poco” pero al final saco la lengua y me guiño un ojo. – A ver si te encuentras con la mujercita esa, ya llevas cinco noches buscándola por todos lados, a ver si esta noche tienes suerte… dígame si te casas y me das sobrinos.
– ah ya cállate.
– Bueno si quieres que me callé vístete y nos vamos, y prometo quedarme calladita. – se agarro las manos detrás de la espalda y se balanceaba entre la punta de los pies y los talones, se mordía el labio inferior con una sonrisa escondida que esperaba repuesta.
– Ya me voy a vestir, pero ni una palabra más – Lina era una mujer hermosa de larga cabellera castaña almendra, que caía en rulos pequeños hasta sus hombros, su cara era algo redondeada pero con las mejillas rojas y siempre presta a la risa. Según ella se había operado los senos, pero no se le notaban muy grandes, solo bien redondeados y pecosos, cosa que armonizaba perfecto con sus caderas pronunciadas. Lina siempre había sido un misterio para todos los de mi clase y mis conocidos, siempre decían que éramos novios, pero desde mi primer año de universidad siquiera se me paso por mente, solo con hablar le había quitado el encanto, a demás Lina solo era ella misma cuando estaba conmigo y eso termino dándole un ambiente de dos viejos amigos conversando de cualquier cosa, sin caer en ningún tema sexual, pero cuando eso pasaba, ella terminaba siempre contando sus intimidades como quien cuenta cuando se cayo por primera vez en la escuela, como si lo más intimo fuera algo natural y simple, que le pasaba a todo el mundo.
Cuando estuvo vestido, se dio cuenta que se había puesto el mejor par de jeens que tenía, una planchada camisa de lino blanca con detalles en negro y una americana negra con parches que estaban tan a la moda, no tuvo más que verse en el espejo para escuchar el estruendoso silbido de estadio que le propino Lina desde la sala. La mujer silbaba con los dedos apretados con los labios y luego aquella carcajada que tan natural y sentida.
Aquella tarde caminaron los dos por las calles húmedas de la ciudad, las luces se reflejaban en el pavimento como en aquellas películas viejas de misterio, el rugido de la música del bar se escuchaba desde la esquina y un montón de carros estaban aparcados afuera como esperando su llegada, cuando abrieron la puerta el clima cálido del bar se hizo presente y de pronto como salido del fondo del bar.
– ¡SORPRESA! – gritaron todos, estaban todos en el bar, un gran grupo arrumados en una mesa, el sonido del Jazz Latino que se metía de polizón entre la venas y la algarabía seguía subiendo de tono, abrazos y besos de los amigos de la escuela de ingeniería, los compañeros de la clase de guitarra y todos los conocidos del Gimnasio, además estaba Jonny sentado en una silla, con las mejillas sonrojadas y una mujer madura a su lado.
– Te presento a mi esposa. – dijo al darle la mano. Lo acerco para hablarle al oído. – A veces la mujer del Blues nos encuentra sin buscarlas.
– Un placer. – dijo él y la mujer le sonrió con alegría.
– Parece que te van a extrañar. – Dijo la esposa de Jonny con picardía. – Espero que te valla de maravilla.
Aquella fue una fiesta magnifica, entre amigos y bailes, entre cantos y bebidas, fotos por todos lados y alguna que otra lagrima caída, Lina lloro mucho aquella noche, justo hasta la llegada de mi amigo Matías, que entre besos y abrazos se olvidaron de mi fiesta y partieron hasta otro día. Un abrazo querendón de la mesonera le agarró por sorpresa.
– Has revivido el Blues, con solo estar aquí unos días, no te olvides de nosotros, pasa por aquí algún día. – Dijo la mujer oronda, con cara de complacida.
Una mujer lo besó en los labios y le dio su bendición, según como a la antigua se hacía, era una mujer vieja de cara arrugada y torcida, nunca la había visto ni tampoco la conocía, pero al final de la noche, se despidió con un “Dios te bendiga”.
A la mañana siguiente sin poder dormir ni un poco, despidió su juventud con una fiesta inolvidable, el avión despegó temprano y detrás, un rostro perfilado y hermoso estaba quedando en su pasado, Alejandra esta aun marcada en sus recuerdos, y en un momento de rabia se obligo a no volver a pensarla, como por arte de magia, durmió tranquilo todo el viaje, sin un sueño ni una imagen.
– … Gracias por volar con nosotros. – Le despertó de pronto el saludo de la azafata del avión. – usted ultimo en bajar, parece que no se ha dado cuenta que aterrizamos hace unos minutos. – La azafata lo miraba como quien recuerda un chiste de pronto, debía verse destrozado.
– Muchas gracias, ya me paro.
Cuando bajo del avión y tomo su maleta, caminó arrastrando los pasos y se miro en el espejo de la puerta de cristal de la salida, tenia unas ojeras enormes, la camisa arrugada y la americana torcida, tomó un respiro hondo, sin duda su mamá lo mataría.
Avanzó lentamente y cruzó la puerta de salida, como quien espera que de pronto alguien le quite la maleta de encima, afuera estaba abarrotado de gente, de autos y carteles, con nombres desconocidos, solo uno llamó su atención, pero lo desecho enseguida, decía “Alejandra” en letras grandes y huyo al cartel de cartón como un insecto le huye al insecticida.
No dio muchos pasos y se reprendió de nuevo estaba pensando en ella otra vez, como quien piensa en un amuleto perdido, solo dio unos pasos más y se apartó de la salida, sabía que cuando llegara su hermano a buscarlo, lo haría como siempre unos cuantos minutos tardanza, así pasaron los minutos, uno por uno y el cabeceaba aun con el sueño retardado, por un momento cayo dormido y se levanto estando a punto de caer de bruces.
Miro a los lados, ya casi nadie quedaba, solo al otro lado de la puerta de la salida, una mujer hermosa que él había visto en un bar unas siete noches atrás, esperaba sentada sobre una maleta azul con un aburrimiento palpable, su delgada figura se apoyaba increíblemente bella con un codo en la rodilla, con unos jeens desteñidos y una blusa de tirillas verde lila, su melena no era lisa como la había visto antes, pero nada de eso importaba, sus ojos brillantes miraban el horizonte como perdida, el camino hasta ella con la boca entreabierta y cara sorprendida, ella lo miro de pronto y se puso en pie enseguida, tan recta como un poste tan bella como nunca la encontraría.
– Yo… – empezó él mirándola desde arriba, sin tacones altos de aguja, le llegaba a la barbilla.
– No, yo… – pero la mujer del Blues no termino de hablar sin que se abrazaran de pronto, hay algunos sentimientos que no se sienten enseguida, como un sueño que aparece justo al doblar la esquina, el olor de su perfume entro de pronto a sus pulmones y se llenaron de ella. – ¿Me perdonas? yo te deje solo ese día.
– No hay que perdonar nada, perdóname tu a mi por no encontrarte antes, te he soñado mil veces, te he besado otras mil, pero mis sueños acabaron como se acaban los días, hoy me regañe dos veces por pensar en ti y ahora te tengo de nuevo, con tus ojos y tus sonrisas. - Ambos lloraron y entre lagrimas alegres se abrazaron de nuevo con una fuerza escondida, como si siete días inciertos fueran más tiempo que mil noches con sus días. – Cuanto te amo, mi preciosa mujer perdida.
Alejandra se hinco sobre las puntas de sus pies y busco sus labios, como si siempre hubieran estado esperándolos, como un par que se encuentra de nuevo y recobran el camino, pero aquel simple contacto de dos pares de labios despertaron en él un amor desconocido, un frenesí poderoso, que los envolvió de improvisto.
Allí estaba su aroma, allí su piel cálida y tersa, allí sus respiraciones armónicas y sus miradas coquetas. Allí estaba de nuevo La mujer del Blues de aquel día, la del solo de guitarra, la de las miradas perdidas, la de las lagrimas largas, la de la melancolía, que extrañas vueltas da Cupido, cuando con su arco atina, preciosas son las notas que resuenan en la lejanía, con dos corazones que aman y se encuentran en compañía.
A veces la vida juega duro y aprieta lo suficiente, para que las vueltas que vienen queden en los recuerdos, como los que serán “los mejores días”.
– No te marches de nuevo.
– No lo volveré a hacer, te lo prometo mi vida.
FIN