A Frank Poh, lo llevaron a la salida del hospital en una silla de ruedas. – Políticas del hospital le había dicho el Doctor Martin. - pero con solo tocar la luz de la mañana en la entrada del hospital pudo sentir algo que no estaba en su sitio, era como si sus ojos no estuvieran adaptados a la Luz y de alguna manera veía manchones rojos, verdes y purpuras.
Frank sacudió la cabeza y Doctor Martin le tomo el hombro.
– ¿Todo bien, señor Frank? – preguntó Martin mirándolo extrañado.
– Veo sombras…
– Es natural dele un momento para que se acostumbre a la luz y todo estará en orden. – dijo con tono casual el Doctor.
– ¿Como se siente Monseñor? – Preguntó Alexis, Diácono de la parroquia.
– Muy bien… llévame a casa Alexis. – Dijo el queriendo salir de aquel lugar lo más pronto posible, nunca le habían gustado los hospitales en demasía.
– Creo que se mareo por el tiempo sin actividad, debe ser muy cuidadoso e ir tomado fuerzas con cada día. – Le recomendó el Doctor Martin a Alexis y ambos parieron a la Parroquia.
Frank recordó entonces los días anteriores a su desmayo y suspiró con tranquilidad al dejar el hospital atrás, los días ajetreados de semana santa estaban a punto de comenzar y aunque tenía claro que no estarían muy retardados pues solo había perdido cinco días en el hospital, seguía empeñado en encontrar tiempo para el sermón del día siguiente.
Frank intentó dejar fuera de sus pensamientos el extraño acontecimiento de su desmayo y sin pararse en pensar mucho le pidió a Alexis que preparara todo para auspiciar la misa de la mañana siguiente. El joven Diacono lo miró con algo de preocupación en los ojos pero de igual manera le asintió con el entrecejo fruncido, no estaba de acuerdo y eso lo tenia claro, pero igual sabía que le obedecería sin replicar, nunca lo hacía.
A la mañana siguiente, con todo el protocolo y la pompa de las misas de domingo, Frank Poh se colocó su sotana y luego con ayuda de Alexis, la casulla para después rematar con la estola de color purpura sobre los hombros.
Cuando comenzaron los canticos de inicio, Frank se sintió de nuevo en casa y se sonrió mientras se admiraba en el espejo de cuerpo entero, más los manchones en su vista no habían desaparecido, al menos no obstaculizaban la vista, solo estaban allí y si era la vista la que tenían que verle en el hospital, sería después de celebrar la misa de domingo. Acabaron los canticos de inicio de la ceremonia y salió del cuarto para encontrarse con una concurrida iglesia.
Caminó al compas de la música y cantando con Alexis a su lado y los monaguillos adelante, hizo la reverencia delante del altar y al bajar la cabeza, los manchones de su vista se volvieron más nítidos. Eran cintas, cintas de colores fuertes que envolvían a los feligreses de su iglesia, como si cintas de seda de distintos colores envolvieran a los cuerpos y se perdieran justo delante de sus pechos.
Frank parpadeó varias veces al volverse al publico de la misa, intentando quitarse de la vista las cintas de la cabeza. – Nada de esto esta bien. – y aunque era un creyente de las sagradas escrituras, Frank era un hombre practico y lógico. – Estoy alucinando. – pensó y la cara de pasmo de Alexis le permitió decir las palabras de apertura.
– En nombre del padre y del hijo y del espíritu santo. – Espero la repuesta de la congregación.
– ¡Amén! – dijeron al unisonó. Mientras Alexis se acercaba mirándolo lentamente y detenidamente. Una cinta comenzó a vibrar cual cuerda de guitarra y Frank no pudo evitar enmudecer ante aquel espectáculo, era como si aquella cinta de color rojo añejo fuera la única importante entre los cientos de cintas estáticas que parecían solo ser movidas con viento que penetraba el salón de la iglesia.
– Dios Mío. – susurró Frank atónito, pero el micrófono en su estola lo amplifico y toda la congregación observaba ahora con pasmo al sacerdote.
Frank siguió la cinta y camino, apresurando el paso, devolviendo sus pasos a través del pasillo central de la iglesia.
– ¿Padre? – preguntó Alexis al verlo caminar de esa manera, Frank apenas lo escucho alcanzó la puerta de la iglesia a pasos apresurados, sin apartar la vista de la cinta vibrante, los feligreses lo seguían con la mirada y la música se detuvo de pronto, los susurros apagados de las personas pasaron desapercibidos por Frank. – ¿Frank? – preguntó Alexis tomándolo por el hombro, pero Frank se lo quitó de encima con un empujón brusco que lanzó al Diacono por suelo. Alexis miró irreconocible a su tutor y lo miró salir de la iglesia.
Frank salió a la plaza frente de la iglesia y la cinta roja estaba tensa, sus vibraciones eran cada vez más tenues en un momento la cinta giro en un ángulo recto y Frank la siguió casi al trote, levantó la vista y se encontró con un jardín de niños rodeado por jardines y arbustos, algunos feligreses lo seguían y Alexis no dejaba de pronunciar su nombre. La cinta atravesaba un monto de arbustos y como pudo entró corriendo hasta el jardín de niños.
Una mujer en la puerta quiso cerrarle el paso, pero el sacerdote totalmente vestido para la misa, avanzó cual tren y arrolló a la portera. Dentro algunos niños lo miraron con recelo y Frank solo seguía la cinta como quien desesperadamente quiere encontrar lo que hay del otro lado sosteniéndola.
Con un sonido agudo y desgarrador, la cinta se rompió. – era el grito de una pequeña. – y Frank corrió a toda prisa paso delante de un parque de niños, al fondo una niña de unos cinco años estaba justo debajo de los columpios, yacía boca arriba con cabeza aplastada contra el suelo y al fin Frank se detuvo. Un charco de sangre hacía de alfombra a la cabeza de la pequeña.
Frank se arrodilló delante de la niña su rostro inocente había quedado intacto, era una pequeña pelirroja con pequeñas pecas en sus mejillas, sus ojos grises estaban abiertos y vidriosos, su boca dibujaba una mueca de angustia, intentó revisarla pero a simple vista se notaban sus ojos vacios, su falta de vida.
Los feligreses que le perseguían se quedaron paralizados y Alexis apretaba el crucifijo de su pecho entonando una plegaría silenciosa. Un instante después cuando alguien reaccionó, el grito de dolor y los sentimientos reprimidos quedaron al descubierto entre gritos y llanto. Alexis le levantó largo rato después, Frank no había derramado una sola lagrima, pero no podía quitar los ojos de la niña pelirroja,
Unos minutos después, Frank observó como los paramédicos que habían llamado le envolvían en una bolsa negra y después, como la madre desesperada de la pequeña no dejaba de gritar entre espasmos.
Ese domingo, no hubo misa.
Tampoco había rastro de la cinta roja, ni de ninguna otra, Frank aun podía ver algunos manchones en su vista y estos se fueron diluyendo hasta desaparecer.
Pero Frank no dejaba de pensar que algo tenia que ver con su enfermedad, con su desmayo, con su… ¿Como le decían?
– ah si, con su Hipersomnia.
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